Nuestra compañera Carmen Ibarlucea escribe para el blog caballo de Nietzsche, el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie.
El hecho de que en la naturaleza algunos animales peleen para ocupar un mejor puesto dentro de su grupo social o para lograr el derecho a reproducirse no nos legitima en ningún caso para utilizarlos (y adiestrarlos para favorecer ese aspecto de su comportamiento sobre cualquier otro) con la finalidad de divertirnos y lucrarnos a su costa.
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Desde que el Ayuntamiento de Azpeitia (Guipuzcoa) se vio en la obligación de terminar con la cesión de la plaza de toros para las peleas de carneros no dejo de leer artículos que defienden que los carneros pelean de forma natural, por sí mismos y sin que nadie se lo imponga, que es su naturaleza y que, por tanto, las peleas de carneros no son maltrato animal. Es por ello que, atendiendo a mi naturaleza, me veo en la obligación de responder.
Lo primero que deseo aclarar es que el Ayuntamiento de esa localidad ha tenido que acatar la Ley de Bienestar Animal que, tras la reforma del Código Penal, ha entrado en vigor el 1 de julio de 2015, donde se habla de los animales que viven bajo el control humano. Y que lo ha hecho tras la llamada de atención que hubo que darle poniendo denuncia administrativa y por lo penal. Quiero suponer que antes de esas denuncias no habían tomado conciencia de los cambios legislativos.
Lo segundo, y más difícil, explicar que no todo lo que se da en la naturaleza es algo que la humanidad pueda y deba comercializar. Ateniendonos a la ética, que es una actividad intelectual muy arraiga en la tradición humana, con mayor o peor fortuna, pero que se esfuerza en lograr que las personas se relacionen entre ellas y con el entorno de una forma empática, solidaria y, por lo tanto, no dañina, debo decir:
Estimados amantes de las peleas, aunque dentro del llamado reino animal existe un cierto número de especies (ya sean peces, anfibios, aves, mamíferos o reptiles) que por naturaleza luchan para ocupar una mejor posición dentro de su grupo social o para lograr el derecho a reproducirse, y que lo hacen impelidos por su instinto, eso no nos da derecho en ningún caso a utilizarlos (y adiestrarlos para favorecer este aspecto sobre cualquier otro) con el deseo de divertirnos y lucrarnos a su costa. El concepto de dignidad también debe aplicarse al resto de los animales y, así como consideramos que la dignidad es una cualidad que trasciende nuestros actos y es intrínseca a nuestra naturaleza, lo es también para el resto de la vida que nos acompaña en el planeta. Y más allá, si fuera el caso.
Ya hemos dejado atrás la consideración de Hobbes que relacionaba la dignidad con “la estimación pública de un hombre” y, aunque aún hay quienes hablan de la autodeterminación como frontera para la dignidad, recurriendo al razonamiento de Norbert Hoerster (lo que hace flaco favor a aquellas personas que por razón de las circunstancias socio-políticas que les son impuestas se ven forzadas a vivir de un modo que no han elegido, y de eso, lamentablemente, las mujeres sabemos mucho), la gente de la calle nos hemos ido acercando a la reflexión de Sulmasy que considera que “la dignidad humana tiene su fundamento en la propuesta moral de que cada vida humana tiene significado y valor intrínseco”. De este modo, ni el tráfico de personas, ni los niños soldados, ni ninguna forma de esclavitud privan a la persona de su dignidad. Y podemos ir más allá, y declarar que la dignidad es un valor que, al no requerir de razonamiento (capacidad de hacerse preguntas por la propia existencia o de planificar el futuro) es intrínseca a toda forma de vida.
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